Las nubes a veces parecen tener formas reconocibles debido a la variación de la presión atmosférica, la humedad y los movimientos del aire que influyen en su formación y estructura. Estos factores contribuyen a crear patrones visuales familiares como animales, objetos o formas geométricas.
Las nubes están compuestas ante todo por gotitas de agua o pequeños cristales de hielo suspendidos en el aire. Su forma depende principalmente de los movimientos del aire caliente que sube, encuentra aire frío más arriba y luego se enfría a su vez, favoreciendo así la condensación. Estos movimientos de aire nunca son regulares ni uniformes, lo que explica que las nubes adopten formas variadas, y a veces incluso extrañas. Corrientes turbulentas, diferentes niveles de humedad o cambios rápidos de temperatura dan forma poco a poco a estas siluetas inesperadas. Es este cóctel de corrientes inestables, humedad y temperaturas en movimiento lo que ofrece a tus ojos sorprendidos nubes a veces sorprendentemente reconocibles.
Las corrientes de aire, la temperatura y la humedad moldean directamente las diversas formas de las nubes. Cuando el aire caliente asciende, se enfría y luego condensa el vapor de agua en diminutas gotas. Según la forma en que ocurre esta ascensión, sea lenta o brusca, tendrás nubes suaves o muy agitadas con muchas formas retorcidas. Cuando capas de viento soplan en diferentes direcciones o a diferentes velocidades, las nubes se estiran o deforman de manera extraña, creando estas formas inesperadas que tienden a recordar siluetas familiares. Incluso el sol tiene algo que decir: la luz, según el ángulo en que golpea estas gotas suspendidas, acentúa ciertas formas, suaviza otras y a veces te da una ilusión óptica ante los ojos.
Nuestro cerebro adora encontrar formas familiares incluso donde realmente no las hay. Eso es el fenómeno de pareidolia: una especie de pequeño error simpático donde nuestra cabeza ve objetos o caras en estructuras aleatorias. Sucede con las nubes, pero también con una tostada o una mancha en la pared. En resumen, nuestro cerebro intenta organizar el caos ambiental en patrones comprensibles para tranquilizarse o detectar rápidamente caras, lo cual es esencial para la supervivencia. Así que cuando miras al cielo y crees reconocer un perro, un rostro o un dragón en las nubes, es simplemente tu cerebro un poco entusiasta trabajando como de costumbre.
Las formas que se observan en el cielo dependen mucho de nuestra cultura. Cada cultura posee sus mitos, sus historias populares o sus referencias visuales particulares que influyen directamente en lo que se identifica en las nubes. Por ejemplo, donde una persona de la cultura occidental verá una oveja o un conejo, alguien de otra región del mundo reconocerá quizás más espontáneamente un animal legendario o una deidad local. Esta variación cultural se basa en el hecho de que nuestro cerebro reconoce de manera automática formas familiares provenientes de nuestro universo personal, social o cultural. En otras palabras, la percepción está filtrada por nuestros hábitos, nuestros aprendizajes y nuestra exposición repetida a ciertas representaciones visuales específicas.
A menudo vemos un elefante o un conejo en los cumulus porque estas nubes bajas y esponjosas cambian constantemente a medida que se forman y se disipan: adquieren fácilmente contornos redondeados e irregulares que se asemejan a nuestras representaciones de animales u objetos familiares. Las famosas nubes en forma de pez suelen aparecer en los altocumulus lenticulares que se forman cuando el aire húmedo es empujado hacia arriba por una montaña: su forma alargada similar a un pez o un plato volador es bastante frecuente. En el caso de los rostros o perfiles humanos muy nítidos en las nubes, el responsable suele ser un estratocumulus o un cumulonimbus, nubes bastante densas y gruesas que proyectan sombras contrastantes, subrayando así rasgos familiares sobre los que nuestro cerebro salta de inmediato.
Un estudio científico indica que observar regularmente las nubes y buscar formas familiares puede ayudar a reducir el estrés y mejorar la concentración, gracias a su efecto relajante.
El fotógrafo Alfred Stieglitz es famoso por haber tomado, a principios del siglo XX, una serie completa de imágenes de nubes titulada 'Equivalentes', pionera en la representación artística abstracta de las formaciones de nubes.
Algunos artistas y filósofos del Renacimiento creían que la observación de las nubes estimulaba la imaginación y la creatividad, recomendando esta actividad para encontrar la inspiración artística.
Las nubes en forma de platillos voladores, llamadas altocumulus lenticularis, son responsables de numerosas observaciones de OVNIs. Estas formaciones nubosas suelen ocurrir cerca de las montañas.
Para lograr fotografías de nubes notables, favorece un ángulo amplio, ajusta tu exposición para capturar las sutilezas y contrastes sutiles de las nubes, y trata sobre todo de tomar imágenes durante los momentos en que la luz es suave (al amanecer o al atardecer). Además, ser paciente permite capturar formaciones nubosas muy originales y efímeras.
Sí, las formas percibidas en las nubes a menudo están influenciadas por la cultura, las creencias y el entorno en el que se desenvuelven los individuos. Así, una misma formación nubosa puede evocar en alguien de una cultura diferente un objeto totalmente distinto.
Sí, hasta cierto punto. La forma, la altura y la densidad de las nubes pueden proporcionar pistas valiosas sobre las condiciones meteorológicas a corto plazo. Por ejemplo, la formación de cúmulos cada vez más densos y altos puede indicar la aproximación de una tormenta. ¡Pero las formas específicas (como la silueta de un perro o de un dragón) no tienen, evidentemente, ninguna relación directa con el clima!
Las nubes cumuliformes, como los cúmulos, son a menudo la fuente de las formas más evocadoras. Su estructura densa y su rápida evolución dan lugar a una gran variedad de contornos que nuestro cerebro interpreta fácilmente como objetos o personajes reconocibles.
Este fenómeno se llama pareidolia, una tendencia natural de nuestro cerebro a atribuir formas familiares a estructuras aleatorias como las nubes. El cerebro humano está predispuesto a identificar rápidamente elementos visuales familiares, como caras o animales, incluso cuando no existen realmente.
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